De
Isabel Hernández Madrigal. Nunca pensé que una vez muerto tendría que
dirigirme a una Oficina de Reclamaciones, es más, ni siquiera imaginé que la
hubiera. Sin embargo, aquí estoy haciendo cola, en medio de una niebla espesa
que no me deja ver cuánta gente tengo delante, confiando en que pronto veré en
alguna parte un letrero que diga “Espere su turno”.
No quiero desesperar, al fin y al cabo, he sido yo
el que nada más de volver a abrir los ojos en medio de una gran sala
minimalista, he salido de mi cuerpo y me he dirigido al único señor de túnica y
barba blanca que he visto para decirle “quiero reclamar”.
– ¿Qué quiere reclamar? Me preguntó nada sorprendido– Mi suicidio, le dije, no estoy de acuerdo con mi suicidio. En mi contrato debe haber un error.
– Es increíble, dijo, si viven porque viven, si mueren porque mueren, el caso es que los hombres nunca están conformes con nada.
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