No fue un día más en Barcelona, ni en toda Catalunya. En la sede
del Parlamento se elegía la nueva mesa que llevará adelante la tarea de
proceder a investir a fin de este mes al nuevo presidente del Gobierno catalán.
Sin embargo, previo a lo más importante de la jornada ya existía el
convencimiento en los grupos independentistas que con el voto unificado de
todos ellos se podría propinar un nuevo bofetazo político al gobierno
derechista español presidido por Mariano Rajoy.
Con los alrededores del Parlamento cerrados a cal y canto por la
policía autónoma para que “no haya presión en la calle”, y las rejas que lo
rodeaban convertidas en una colorida exhibisión de miles de lazos amarillos
(utilizados como símbolo para exigir la libertad de los cuatro dirigentes
catalanes prisioneros en cárceles españolas) varios miles de manifestantes
independentistas se conformaron con agitar sus banderas estelladas y gritar sus
consignas a 300 metros del mismo, en el Paseo Lluis Companys. Lo hicieron
frente a una gran pantalla que daba cuenta de lo que iba ocurriendo en el
recinto. Los gritos de “ni un paso atrás” dirigidos a los diputados seguramente
no se escucharían en el Parlament, pero de todos modos marcaban el estado de
ánimo de una franja numerosa del pueblo catalán que no quiere que le arrebaten
en las instituciones lo que supo ganarse en la calle. LEER MAS